Mar de fuego

Derramo sobre tu piel el primer café de la mañana
y largo la deriva de un beso que tanguea ahí con mi deseo
el furibundo sonar de mares sosegados.

Abanico el perfume de la brisa cuando la luna matutina
se repliega acompañada por un cortejo de nubes desveladas
en tu vientre emergiendo de un sahumerio vivificante.

Me he sabido en ti como el jugo en la nítida esencia de las frutas
desbordando el gusto del aire desatado
sobre la maravilla del pez de tus muslos excitantes.

Me he sabido en tus ojos con mi piel acendrada
y en tu boca lasciva atrevida y sapiente sobre
la región que estremece el alma.

Al arribar me anclo en ti y permanezco
fondeado en el estero de tus noches íntimas
cuando el día sólo es un trámite más en la rutina

de saber que este receso implica la continuidad
de una faena febril con nuestros cuerpos urdidos
indagando las posibilidades del deseo y su satisfacción.

suenos

Recorro la blancura de tu piel
con mis labios húmedos,
semidesnuda palpitas
atrapada entre mis brazos…
mis manos urgentes
buscan la intimidad
de un asidero
allá al fondo
dónde tu corazón
es un fogón
y tu emoción es una brasa.
Humedezco con un beso
enfebrecido el lóbulo
más próximo
y alcanzo en los espasmos
de esta pasión desatada
con mis dedos trémulos
la copa propicia de tus glúteos.
Desde la antesala del pecho
hasta el vestíbulo del sexo
te dibujo un camino de besos
acuosos y quemantes.
Ahora estoy aquí donde principia todo,
mi lengua restaura en el molusco providente
todos los indicios que amerita la ternura.
Ya es más que urgente,
te penetro en el momento
en que el éxtasis
se desborda con la marea
de los sueños realizados,
sobre tu piel blanca
anclada como luna
en la noche complaciente
que nos ve reposar
satisfechos y rendidos.

Yaces ahí rodeada
por tu propia hermosura,
en el desván de mis sueños
desvelados.
Por suerte
tengo a la mano
una estilográfica
desbordada de tinta
y apretujada de versos.
Te reconocen mis manos,
se beben el agua
de los mil ríos
que descarga tu piel
sobre el mar de mis ansias.
Tu piel es blanca y radiante
como un amanecer.
En tu sonrisa
se resuelve
mi alegría.
Tu boca argumenta mi pasión
con besos
profundos y fragantes.
Cuando te rodea
finalmente el abrazo,
mi delirio se percata
de que el sol
se ha levantado por tu vientre.

Dónde sólo hay un lastimoso doble vacío,
debiera de haber dos cuerpos trenzados;
donde la soledad en astillas ardiendo pudiera
dormirse aferrada a un suspiro,
el templo de la vida sucumbe a la tentación
del olvido visible en las manos exhaustas.
En donde no se disfruta el arrebol de una piel
categórica y blanca, melancólica y tersa,
el viento barre un capitolio de hojas rendidas,
la madrugada no canta más el tú y yo de la pasión realizada
y un vino derramado sobre mudos espejos
no sacia el arrebato del húmedo aliento.
¿Podrás venir con tu amable sonrisa
a restañar los acentos del día
obviados por la luz inclemente?
Me atrevo a más: ¿Podrás venir a saciar
esta necesidad de ti que me apremia la carne?
Toma en cuenta que la orfandad de tus besos
me pone contra el mundo; por eso me refugio
en el mar, en sus horas agrestes, en su acorde impulsivo.
La vida, que debiera saberme a gloria, no me sabe a nada,
el doble vacío se empecina y cada vez estoy más solo.

La naturaleza es tan espléndida
que acuñó a esta mujer en artificios de oro;
le dio sol a su cuerpo
y fogosidad a su boca.
Su piel es una marea de sensualidad
abierta a mi deseo
a punto de emerger como
pez urgido; desde el fondo,
con el ímpetu del mar.
Esta mujer es un sueño
arrebatado en cantos,
que celebran la belleza
como un don especial,
prodigado solo a la luna
en las noches de su plenitud.
La naturaleza es tan espléndida,
que me permite disfrutarla, desearla
con el recurso de una mirada casi inmóvil.
Ahora escribo estas líneas impregnadas de ella,
y sobre estas líneas no dejo de mirarla.

A esa mujer alguien la disfruta
y yo cierro los ojos para inhibir la impotencia.
A esa mujer alguien la hojea como un libro,
la aspira como una flor y se la bebe como al agua.
Esa mujer es la dicha de otro
en mi deseo que trastabilla a diez centímetros de
la imagen desbordada.
Sin embargo a su paso por la marina
se me incendia el alma,
y la disfruto como si los alrededores
solamente se colmaran con mis ojos.
Para más señas, luce un vestido azul
ceñido a la escultura de su cuerpo
y una flor artesanal bruñida en amarillo.
Para más señas acaba de prenderme fuego,
y esto que escribo crepita entre las llamas
de una noche pasional,
con el mar a sus plantas
y el cielo esperando por ella.

Foto: Giancarlo Bruniera

Deja un comentario