Entrañable

Romances

De la espera

Porque mi vida había sido
esperar sin esperanza,
oigo los sueños del viento
que ramean sobre mi casa.
Bajo ese techo de luna
una estrella parpadeaba:
eran tus ojos celestes
que nocturnos me miraban.
Por eso, cuando llegaste,
sentí que era un sol quien llegaba
a iluminarme la vida,
a convidarme su gracia.
Me doy cuenta que ahora espero,
pero a sabiendas que pasa
por el ángel de tus manos
la validez de mi causa.
Con mucho tiene sentido
escribir sobre esta pausa
la música que provocas
en las costas de mi alma.
Si te llamaras alondra
o ternura te llamaras,
a mi me sabe tu nombre
a la flor de marejada
que se extiende mansamente
sobre el rumor de la playa.
El corazón navegante,
que obstinado te buscaba,
por un destino más cierto
un nuevo rumbo se traza…

De las mujeres

Por la vereda ellas van
como pisando el silencio,
son aves de la montaña
las mujeres de mi pueblo.
Humildes y campesinas
ellas buscan con esmero
en las extensas jornadas
el duro pan del sustento.
Cuando las veo caminar
solo entonces lo comprendo,
que hay una patria en sus ojos
y nosotros no la vemos.
En franca espera de siglos
se resuelve un pensamiento:
con ellas marcha la vida
por ese mismo sendero,
con ellas marcha el amor
socorrido por el viento,
les da refugio la luz
al reflejarse en los cerros.
Ay mujeres de mi tierra,
mujeres de barro eterno,
en este canto acaricio
la emoción de su recuerdo.

Entrañable

Piedra y sangre

Resolvería mis intestinos
en toda la maldita cantera
con que construyeron la ciudad colonial,
por la que, a fuerza de encomienda y látigo,
les reventaron las vísceras a mis ancestros.
Tanto me duele ese dolor profundo
porque soy rama de un tronco legendario,
fruto de esas ramas para siempre gloriosas,
fronda de esas raíces que seguirán
cavando las tierras indómitas.
Escupiría en la amalgama fría de piedra y sangre,
si no fuera porque ahí late el espíritu
de los hombres y mujeres que me fundaron
ser y memoria, palabra y pensamiento.

De rima oculta

¿Alguna vez pensaste que yo me iba a
enfrascar en la ruta de los pájaros, madre,
para salvar los cantos de la infancia,
acunados a la luz de tu regazo?
Tus ojos de obsidiana cuantas
salmodias han cantado;
esos dioses de alivio son mis cantos.
La palabra sutil fragua en los labios
el sendero frutal que visitamos
cuando juntos pisamos de la aurora
el doblar de campanas y canarios.
Solo es juego, madre, la ventura;
magro viento, mudo espacio.
Por eso ardo en la semilla
de la flor de tu regazo,
y repito la frase que, al dormirme,
canturreaban tus ojos en mis manos.
La moneda que escuchas tintineante
no es el tono de mi pago,
es de nuevo tu voz que se registra
en el íntegro rodar de un mismo canto.

De mi madre

Ven conmigo madre vieja,
permíteme mesar tus canas;
acércate, dame la dicha de abrazarte con el amor de mi alma;
quiero besar con ese amor tu invicta frente.
Han pasado los años madre mía y tú sigues reinando
para nosotros en la tormenta y en la calma.
Alguna vez me preguntaste, con fina ironía,
para qué sirven los versos y también la poesía;
porque, lo sabes mejor que yo,
sin haber tomado una pluma y una hoja de cuaderno,
escribiste para mí el poema más grande con tu amor de madre.
Gracias por haberme traído a este mundo
para deleitarme con el espectáculo grandioso de la vida;
gracias por la seguridad que infundiste a mi paso vacilante
en la edad de la ternura y en la madurez aciaga.
Cuando más hizo falta, llegaste empeñosa
a requerirme entereza y valor.
Por ti crecieron en mis manos estos cantos,
por ti se abrieron aromáticas flores en la fresca mañana;
por ti los pájaros del alba remontaron
el vuelo y coparon los árboles
para inundar mi corazón de trinos.
Por ti madre vieja, emblema de mi pasión y mi destino.

Sapiencia

Yo que probé el sabor de la vida
en las manos de mi abuela Ignacia
que solía hacernos caldo de chepil con chochoyotes,
no dejo de admirar que haya delicias ocultas,
en las sal que condimenta el destino que ya es presente.
Mi abuela Ignacia, una india de piel blanca, sabia y discreta,
no ostentó más riqueza que su puya
para desgranar mazorcas
y sus altillos, donde germinó el tesoro de mi infancia.
Chochoyotes con su lajita de manteca diluida
y el suculento hervor de los chepiles.
Qué le pido yo a la vida, mi alma,
si he conocido la felicidad plena
en los campos del Jordán,
a la sombra de ilustres limoneros
y eruditos almendros. Qué le pido yo a la vida, mi alma,
si lo he tenido todo en las cosas más simples,
como al ir cargando el aro de velas
de mi otra madre vieja, la maga,
quién fundó en su nombre mi idolatría
por la creación de mundos irreales
con la presteza y el magisterio de sus manos morenas.
Gloria y honor para Aurora Jiménez e Ignacia Altamirano
que, con su amor a raudales, me formaron hombre y poeta.
Pregunto: qué le pido yo a la vida, mi alma; nada,
no hay nada que pedir.

Clamor a la pared de Irma Pineda

Escribo sobre tu entrañable pared, Irma Pineda
y en mi mano llora la ausencia
de nuestros inolvidables seres queridos.
Es roja la tinta y viva la letra,
para grabar, ahí, sus nombres victoriosos.
Ellos fueron muy lejos,
más allá del horizonte infinito,
para mostrarnos la verdad
con el fulgor de su espíritu esforzado.
Son varios, uno solo, son multitud
en el clamor de la consigna.
Escribo con determinación
la palabra justicia y esta va cambiando su lectura
a las voces que nos desgarran el alma:
padre, hermano, madre, hijo: ¡compañeros!
No puedo marchar sin concurrir a tu pared, Irma Pineda
y, con gesto de amor, escribir que estoy amando
a mi pueblo, a sus héroes, a su historia.

Mínima glosa

El canto consabido
el canto concebido
desde la raíz
desde la matriz
donde brillan
el guijarro y
el musgo
el canto de las manos
en la greda
en la fronda
el canto de los
corazones sencillos
es nuestro canto.

Pequeña glosa

Con tu voz volvería a escribir El Quijote, La Comedia
y El Cantar de los Cantares.
Pero como le hago para tener tu voz,
si es una estrella fugaz,
un soplo de viento
inaprensible.
Por eso escribo estos mínimos versos,
para acercarme a tu voz
y echarlos a volar,
como un niño que eleva su cometa,
como un ciego que atisba la luz
en el sol de su noche rotunda.

Nana para dormir a Emilka

Angelitos de la nieve
apacigüen los cantos
que Emilia duerme.

Porque su cuna es dulce
madre amorosa
soñará con un ala
de mariposa.

Porque su cuna es fuerte
y le confía
soñará un pececito
de fantasía

Para que duerma Emilia
padre procura
que la noche no arrastre
su falda oscura

Angelitos de la nieve
apacigüen los cantos
que Emilia duerme.

Acto de fe

En el dios alojado sobre la hoja del limonero,
en el que me ve desde el ojo de la iguana,
en el que, efectivamente, se desprende del cielo
y se desintegra con la gota de lluvia,
en ese creo.
Le doy gracias por mi sombrero de palma
y mis sandalias roídas;
le doy gracias por mi camisa raída
y mis pantalones rotangos.
El mío, no requiere testaferros ni acólitos,
predicadores compulsivos ni falsas ceremonias;
mi dios es armonía abierta, como el agua que sacia la sed,
como el sueño que sana vigilias agrestes.
Ah, y creo en Jesús su único hijo obrero,
campesino, peón de albañil y pescador;
Jesús poeta de la soledad y de la brisa.
Creo en la metáfora de sus pasos sobre el mar
porque por ese sino ahora lo voy siguiendo.

Tatik

Tatik Samuel,
tú que viste la inocencia tzotzil
saliendo a la vereda ante el acoso
del poder armado.
Tatik Samuel, profeta de los sueños,
emblema de la vida, hoy me entero
que has partido a los predios de tu fe,
y el alma se me colma de duelo.
Pero me da valor tu ejemplo Tatik Samuel,
y mi oración por tí es hoy una arenga
en el corazón de la lucha.
La victoria ya es nuestra Tatik Samuel,
descansa en paz, tu empeño no fue vano.
Porqué entendiste la vida desde la perspectiva
del hombre que vale, la selva ya canta tu rango:
«Tatik» «tatik» «tatik» «tatik» «tatik».

Adagio

Haría vida por ti;
Me propondría, a tu influjo,
hacer crecer y cultivar más esperanzas.
Domeñaría los galgos de la angustia,
esa desesperada angustia
por sentir que todo es breve.
Haría vida por ti;
todas las veces que, en mi alma, dejaras
el reflejo del mar y sin lugar al espacio de la duda.
Mis días dedicados a pensarte,
darían claro testimonio de este afán
por apegarme a tus finas maneras.
Este afán que se adhiere a lo cotidiano
haciendo valer la pausa que marcó
tu arribo a mi querencia.
Haría vida por ti; y amor;
y cielo a punto de volcarse.

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