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Asueto que dura lo que tarda un suspiro en estrellarse sobre una sonrisa indiferente

Me da la impresión de que ya nada será igual;
qué bueno, hasta hoy, a todo lo venía hiriendo la monotonía.
Veo transitar una pasajera, la que me tenía reservado
un espacio para hacer el viaje a ninguna parte;
ahora se aleja, a partir de este momento
ha dejado de ser importante buscarse
en la eventualidad de estar en otro lado
y ser alguien distinto al individuo
que encarna y asume la comisión
de redactar esta urdimbre de versos.
Versos no en el sentido de la poética,
sino en la lógica del habla común y corriente.
Es lo que me ocupa hoy, que platico contigo
y te confío mi desazón por lo que no ha redituado
en pro de la salud de las palabras comunes,
para que estas pudieran suplir al canto,
y el canto a su vez a cualquiera de las artes
reconocidas en el catálogo de la especialidad que nos ocupa.
La encomienda efímera de buscar en el polvo
algo más que una propensión a las alergias;
por ejemplo, el destello de algún pétalo
de la flor hace tantos siglos ausente,
o el sustento de una noche pautada
en el silencio que precede a la calma definitiva;
todo por no hablar del olvido,
para no darle opción al caos
que, normalmente, defenestra
el hato de fantasmas sonámbulos
y amorosos diseminados
sobre los cuadrantes de la cartomancia.
He obviado mi intención de buscarte
para dar paso a la de no encontrarte;
tengo más con no obstinarme
en querer que las cosas se parezcan
más al embargo de tus lágrimas,
para cuando no me baste la alegría.

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En el olvidado tiempo que fue

Esas pulgas jamás brincarán en mi petate,
dijo la gaviota de aristocrático plumaje,
y se jaló la trencita para un lado.
Pero en el estero aun rezuman los olores
de su aroma de bocana en tiempo de frío.
Y el tendedero de ropa ondea la alegría
de su recuerdo apeñuscado por toda la playa.
Nuestro fuerte era bailar La charamusca,
a la luz de la luna, acompañados por el siseo
de un viejo tocadiscos Silvano
afrentado por el óxido inoportuno y empecinado.
Nunca hubo maldad, ni asueto, ni jerigonza
perversa o mal intencionada,
habitábamos el espejo de los sueños
en la justa estrechez de un beso carilimpio.
El día que me negó, también se negó a ella misma,
porque a través de mi supo del amor,
cuando leyó las veinte cartas
que le escribiera de mi puño y letra.
Esas veinte misivas, cual veintena
de odas en extremo elementales,
irían a dar lo imagino, o bien
al fondo crapuloso de algún retrete
o se fueron tiñendo de olvido
en el arcón donde también se amontonan los años,
cuando jamás vuelven a ser tomados en cuenta.
Es simple, yo traigo a colación
esta nada importante historia,
sólo porque el sepia
de un recuerdo inoportuno
la puso de nueva cuenta frente a mí,
con la coleta echada para atrás,
porque era coleta no trencita;
pero ¡ay! sus ojos, no lo puedo evitar,
siguen siendo gemelos de mi alma
en el olvidado tiempo que fue.

La joven de la perla (Vermeer)

La joven de la perla (Vermeer)

Hasta qué punto resultan ya inútiles las cartas de amor

Vienen con todo en pos de conquistarte;
se habla de dos brigadas de policías antimotines
y una reyerta de cien pájaros claustrofóbicos recién liberados;
se murmura en relación a toneladas de mercurio
vaciadas sobre el arroyo por dónde transita
la ballenera que sueles usar como transporte de emergencia.
Yo solo tengo la plena certeza de que hoy un cóndor
con las alas desplegadas se me muere entre los brazos,
exhalando los acordes tóxicos de su último vuelo.
Murmuran acerca de que una turbamulta doctrinaria
se dirige a mi casa con el propósito de ponerle sitio
para que madure en mí una creencia distinta
a la que me allegaron los grillos y las salamandras
que habitualmente oran en mis tercos pulmones.
Por todo lo anterior, no creo que haga falta
reformar el artículo de la constitución
que puntualmente hace referencia
a la inutilidad decimonónica de las cartas de amor.
Ya no es novedad que te comparta mis
desasosiegos por las cosas que pasan,
a decir verdad todo se repite desde la refundación
del mundo ocurrida apenas el martes de la semana pasada.
Un motín de fantasmas fue la gota que derramó el vaso,
y el vaso mismo volcado sobre los azulejos
que permiten una aproximación a la gramática del mar.
Cuantas cosas he extraviado
de un tiempo a la fecha: sobre la fachada
de mi abigarrada mesa de centro,
hay una docena de limones marchitos
destilando el zumo que bien podría pasar
por fragancia de invernadero; hay también ahí media cáscara de
plátano cobijando el silencio de un billete para un pasaje
a las Bahamas, en cuanto la normalidad se restablezca.
Ah cuanto me duele no haber sido tu poeta consagrado,
nívea y pulquérrima azafata, en esas noches propicias
cuando Ana Torroja cantaba “Cruz de navajas”,
con la sensualidad arremangada sobre sus piernas,
pariendo dolorosamente un hijo de la luna.

Playa

Un pájaro insepulto en mi taza de café

Si por alguna razón para ti también hoy es domingo
28 de abril de 2013, debes saber que estoy
jugando a los dados con la suerte, que me he puesto
en round de silencio la memoria,
para abrirme de par en par
como una habitación de largas esclusas
donde el amor habita sin apuros.
Podrás adivinar sin dificultad que escucho
repetidamente “Las margaritas del mantel”
mientras afuera los perros y demás miembros de mi familia
urden el barullo de la vida cotidiana.
Es urgente para sobrevivir por lo menos
hasta el próximo verano, descubrirte en
las arterias del mundo, circulando
con los trenes, los autos particulares
y el esqueleto de ese polvo impenetrable
dónde se queman las adormideras de tu ausencia.
Aunque nunca cantó en mi hombro
la avutarda de tus besos, ahora que la distancia
es el imperio de los sueños más dispares,
escucho una voz que nítida
proclama el amor ya sin el calvario de la urgencia.
Para cuando regreses, este amor del que te hablo
habrá florecido treinta veces
en el rumor que los tordos producen
al levantar el vuelo, otras tantas
en el chacoteo con que los peces
se impulsan sobre la superficie del mar
como presas o como depredadores distinguidos.
Ya, después de tanto soportar la pena de sentir tu olvido,
el amor puede representar la justa correspondencia,
o esto versos que te escribo,
al impulso de una mano que traza en el vació
un alfabeto que se abstiene de formar palabras,
dictados, juicios; porque sólo esboza para ti
la encomienda de un canto fibroso,
detergente y abrasivo,
para borrar la huella de tu paso
sobre la arena de mi corazón desperdigado.

Taza

Duelo por alegrías

Tu corazón mana en mi herida:
lo que no fue murió en seguida;
la soledad es mar de llanto,
porque te amé y te extraño tanto.

Pero la vida sale ilesa:
aquí me ves, con entereza,
pulsando soles en mi lira
con un acorde que suspira.

Prefiero así bella gitana,
porque una herida pronto sana;
para el amor lo que perdura
siempre es mejor que lo que dura.

na

El orden del alma

Se llevaron contigo hasta la risa
no dejaron siquiera la última galleta
en la lata del corazón.
Se llevaron mi toldo de bandera
el quinqué sombreado de humo dócil
la mariposa del aceite
escurriendo fuera del vaso.
Hasta la palestra del trompo se llevaron
el fandango de su hierro
el olor a novedad
de su cáñamo viejo.
La coma que no aparece en esta réplica
indolente
el acento de las palabras sin acento
el nudo corredizo
de una alborada nubosa
el ímpetu de la resaca
la lengua canina del alivio
un tragaluz en el techo de la palma
se llevaron.
Y no vuelven porque se fueron contigo
no regresan por su cuenta
a pretextar la vida con tu estilo
qué bueno fuera que así fuera.
Pero así son estos días
que cuando te fuiste
cargaron con todo.
A mí sólo me han dejado
la tos del poeta
y un cubo para baldear
el pozo que agotó la sequía.

diana 133