Retrato en azul

Ella viste de azul
y tiene una edad indescriptible.
Ella es el lago que circunda el sitio
donde se halla acuclillada,
como el hecho manifiesto
de una maravilla en la tierra.
Ella es la muchedumbre de un sueño
cobijado por el color de la floresta
dividida entre realidad y fantasía.
Ella viste de luz
en el acontecer de una vida
donde todo es grato.
¿Será que su mirada, un tanto
melancólica, se estableció
caída desde el cielo
en la visión de su mundo?
Ella es una pregunta
y así mismo la respuesta;
porque viste de azul
y su espacio es equiparable
al de una diosa mítica,
al de un sol quintaesenciado;
más es ella, por sí misma,
la armonía de su universo.

El rito del agua

Dichosa el agua que te frisa la piel
y el vaso apetecible de los senos.
En su amable recorrido toca
la incomparable planicie de tu vientre.
Cuanto diera porque ahí reposara
con la nota de este canto
urdido a voces que delatan
sorpresa y asombro,
como cuando el sediento
descubre el ansiado manantial.
Pero continuar su camino
es la suerte del agua,
rodearte los muslos
precipitada desde
la copa de ese promontorio
irresistible y carnal.
El agua nunca vuelve
al cuenco de gracia que la cobijó;
se queda en el vértice de tu intimidad,
para humedecer las noches
en que la rosa es llevada
al sitio en donde se cumple
ese rito solo comparable
a un banquete de dioses.
El agua, potestad que bendice la unión
de dos cuerpos en una sola alma.