Mi alma no transmigrará
cuando muera, hallará
la estrella absoluta
en el reposo perfecto.
He venido a descubrir
el sonrojo cautivo
en la inexpresividad de la flor,
he venido a suspirar
su relente perfume
al tacto y de memoria
como el invidente
que lleva un halo de luna
en el corazón sumergido.
De ahí a poco me iré,
como quien nunca estuvo,
para dejar intacto
el manto de nubes
que encapota el cielo
de los riscos de Aragón.
La soledad y el silencio
serán mi patente memoria.
El rubor de tus párpados,
la asombrada mejilla,
el pulso de tu sangre,
y yo tatuado en tu piel
como una flor roja y llana.
Ahora te contemplo
como quien admira
a la rosa expuesta
desde su intimidad,
como quien pulsa
la luz del oro
en cada pétalo.
Estoy inmerso en el agua
de tu seno fragante,
la raíz de mi ser
busca arraigarse a tu entraña,
disolver la savia de mi canto
en el alveolo que sacia
mi afán de quimeras.
Me devuelvo ahora
para indagar en tu mirada
el motivo del asombro:
es que tu felicidad con
la mía se corresponden,
es que ya vivo en ti
como el higo en
la tierra humedecida,
como el ave lontana
que suspira el mar.
Te libro de mí,
de la costumbre arcaica
de amar sin motivo,
del hilo infame de mi voz
que teje, en la presunción
de un poema,
la dentellada de su noche oscura.
Te libro de mi sal adulterada
por varias jornadas de insomnio,
de mi harina que luce
extraña sin su trompo.
Un último deseo:
mi sed amerita silencio,
es que he empezado a morir de ti,
y es para siempre.
Cipolite 