y no es una frase sin sustento me estremece cada vez que la escribo me humedece los ojos me eriza la piel Como si jamás la hubiera dicho como si esta fuera vez primera Quizá como cuando al principio se inhala el aire de vida Así te amo no es un cumplido o un dicho obligado Es mi razón y es mi fe de estar vivo enteramente vivo y resuelto a estrechar este amor.
Mi amor por ti es equiparable al que siente el nevero por su tina de helado, el pescador por sus redes, y el florista por el cempasúchil tan temprano y eterno. Mi amor por ti no se sustenta en besos, tactos u otras canongías corporales, es de sueños, noches, mar y poesía. Si el tuyo con respecto a mí, va por lo mismo; entonces, no vacilemos en hacer que ya se correspondan: sigámonos amando.
No entristezcas pensando en quienes ya no están, canta, que tu canción sea esa flor perfumada que por ellos llevas en el pecho. Alégrate con los que aún están, para que un día no lejano, se acomidan con la flor que hoy te libra de la pena. Ama la razón de ser y de existir, pero también ama ese porvenir en el que todos seremos la pasión que se asume, el amor que alimenta, la vida que descansa.
Mi alma y mi corazón son tuyos, mi risa y mi llanto, mis sueños y vigilias. La luna que se asoma por la cúspide del mundo, viene a resolver ese misterio con la emisión de una señal apenas perceptible: la sombra generosa de su ausencia. Mi voz y mi callar son tuyos, en tu pasión serena lo consientes, cuando haces valer tu condición de luna inesperada.
Me resisto a aceptar que no eres mía, pues no bebo más en la copa fragante de tus senos, ni alimento mi ser con el albor esencial de tu cintura. Me resisto a aceptar que ya no toco (con dulce vehemencia) la dúctil textura de tus muslos fantásticos. Vivo de extrañar todo eso, de resistirme a aceptar que ya pasó. Anhelo como un loco que vuelva a pasar, que ocurra en mi existir ya de por vida.
Se esmirria la sanguijuela sobre la pared del vaso. Ha hecho camino desde un pozo serrano, hasta un campamento costeño en donde se le trata con sigilo e interés. Hay que saber más de ella, de sus aptitudes de sobrevivencia y de su vocación azarosa por la sangre. Pero a mí sólo me interesa la sanguijuela en sí, los movimientos y recorridos que hace en su tal vez muy corto periodo de vida. Se sabe que en su medio natural aprovecha la llegada de los animales de monte cuando, ajetreados por la sed de varias horas, hunden sus belfos en el agua turbia y sagrada de algún venero disimulado entre la hierba apretujada y densa de los terraplenes húmedos. Entonces viene el turno de la sanguijuela. Con sus humildes ventosas, se prende de la carne blanda en la aguda trompa del venado, y al instante succiona la pequeña gota de sangre que le permite ser en la vida. Esta acción inoportuna causa dolor en el astado; una sacudida enérgica la desprende del sitio en que encalló y, o bien regresa al borbollón donde mora, o bien queda pegada en las hojas de alguna mata circunvecina. Y es aquí donde mi interés por la sanguijuela cobra especial importancia, al evocar la odisea que le permite retornar al agua si es que el trompazo del ciervo la hace volar sobre el follaje para dejarla muy lejos del recipiente que la abriga. La observo caminar por la pared del vaso; digo caminar quizá como un equívoco porque al carecer de pies no camina, sino que se desplaza de un lugar a otro con casi el mismo método que utilizan los gusanos y las lombrices, pero con una adición a esa capacidad de estirarse y encogerse para desplazarse. Aquí lo útil de mi observación: la sanguijuela estira su cuerpo flexible, como pasaría con nosotros si nos crecieran las extremidades. Fija el punto de su impulso al alargarse, con las mismas ventosas que utiliza para adherirse a su cándida víctima propiciatoria, y suelta el cuerpo en un ejercicio de flacidez insospechada, ese impulso le permite resbalar por la pared del vaso como lo hace sobre la superficie de las hojas de helechos y algas a fin de recuperar su hábitat inédito. Les cuento la experiencia de la sanguijuela, única y especial, imposible de verificarse en otro ser del reino animal, menos en el hombre o la mujer de la especie humana, aunque ya no estoy muy seguro que sea así. Salud y hormonas.