Saludo a un día más como cualquier otro; pero trae un brillo especial, una cualidad de orden diferente, a pesar de tener un nombre común y un registro numérico reiterado. Es un día más parecido a una flor, a un guijarro; a una sonrisa, a un sollozo.
Arde este día como esfera lumínica, su calor abraza la dermis de los sentidos, que sudan a cántaros, cada cual con su muy particular manera de percibir el mundo.
Este día, muy especialmente, me trae cantos disímbolos: las risas de mi hijo, el silencio de una nube que sueña, el ronroneo de una lavadora y un diálogo de pájaros desinhibidos.
A medida que avanza, el día referido, es un proverbio de intenso bochorno, no lo cuartean ni las ínfimas lenguas del aire reducido a anhelada expectativa, ni las mareas quemantes de la cuaresma en plenitud.
¡Uf que día! trae su aura de conejo en pronta huida, sustancia de alcachofa remojada en el agua corriente de una bandeja, trae el rejuego de todos los días, sus horas de rubor y de hecho consumado; es un día completo, con su honor, su espadín y su vihuela.