Cronopia

El huésped

Hoy salgo a la calle
con el sigilo de los que se evaden;
que no se noten
mis pasos presurosos y ligeros,
que no se escuche
el atronar de mi corazón
amortiguado por la sordina del pecho.
Solo me falta preguntar
por toda la ternura que se desbordó
cuando fui el huésped
de tu piel morosa y bruna,
y mojé tu entraña
con el candente fluido del deseo;
y fui una estrella luminosa,
y fuiste un cielo iluminado.

Oferta

Es este mi corazón, yo te lo ofrezco
después de más de cuarenta
inviernos en orfandad de ti;
puedes hacer con el lo que se te antoje,
incluso amarlo.

Página

Voy leyendo este poema a cielo abierto
en tus ojos sobremanera ausentes.
Desde la peaña del tiempo,
cada página se alarga hasta ser nube;
cada palabra se rasga hasta ser pájaro.

Fe

Mi fe es un reloj descompuesto
que marca horas exactas.
Mi fe es una nube austera
que halaga la vista.
Mi fe es un abril derretido
sobre el treceavo mes.

Para entonces

Me guardo esta ternura para entonces
para cuando mis ojos se derramen y ya no pueda verte;
para cuando mis células sean ángeles vagando en el silencio
y el mundo gire a la inversa
una noche plena que hablará de ti,
ofreciendo recuerdos como rosas de candente neblina
en mi voz de tala y memoria,
esta voz que no aprendió otra cosa
por repetir tu nombre a cada instante
en procura de un beso mustio
con sabor a misterio.

Al óleo

Con mis vastas orejas
escribo un manantial.
Con mi boca invisible
dibujo celajes.
Con mi aliento magro
rimo húmedas moscas.
En mi piel se aja la noche
tres veces por semana.
En mis ojos se borra el murmullo
de los besos que no me diste.

No hay más remedio que el olvido

Cuando los sueños se maltratan
como la envoltura de un presente jamás recibido.
Cuando la espera es un sarcasmo sobre la noble espalda
de los sentimientos.
Cuando hay que cruzar los remos sobre la borda
y después los brazos.
Cuando es necesario y urgente buscar la complicidad del silencio
para que el camino se ofrezca con su fresca retama
de adiós y bienvenida, otra vez.
Para que la esperanza fluya como un río,
no hay, no habrá más remedio que el olvido.

Otra Viridiana

La amé resguardado por lluvias de infalible prefectura.
Hice de sus labios frutales una caricia larga.
En sus ojos domeñé dos corzos montaraces.
Ahora otra lluvia me la devuelve
intacta, sin el sobresalto de la primera vez.

Cementerio de poetas

Eielson, como fue su deseo, yace en la luna;
sus cenizas se confunden con el fino polvo lunar
y describen menudos torbellinos
en esa irrespirable y burda atmósfera.
Yo sigo vivo por un tiempo;
no he escogido todavía panteón para mis huesos;
aunque presiento que no alcanzaré a tomar esa decisión
para darla por sentada en un testamento extraoficial.
Solo allá, de cuando en cuando,
me distrae una pequeña duda;
si los beneficiarios de esta sobre vivencia
identificarán en los nudos de Eielson
alguna clave relacionada
con nuestro paso fortuito
por esta tierra quemada e inhabitable.

Ahab

Es mil veces más fuerte el vicio de tu blanca piel
que la noción de la sobrevivencia.
Voy a hundirme con ella en el abismo de los mares profundos.
Todos creen que me ha desquiciado el odio; pero no, es esta pasión la que destruye,
irremediablemente, cualquier asomo de prudencia.
Quise liberarme del dolor que esclaviza, de sus filos que desgarran,
clavando en tu alma, muchas veces, el arpón de mis apremios.
Fue inútil, ahora me hundo contigo, sujeto a tu blanca piel, por tenaces cabullerías.
Se que muero para vivir, aún a costa de mi muerte…

La hora del recreo

Si alguien quiere ser mi amigo,
que toque mi pecho
con la yema de su dedo cordial,
para sentir los pulsos de mi corazón agradecido.
Si alguno quisiera vivir en mi casa,
tomar el café conmigo
y compartirme su pan,
lo espero antes de las ocho de la mañana
para desayunarnos juntos.
Y si alguien lo quiere, también
tengo a su disposición un amor apacible,
que traza caminos sobre la arena
para los caracoles de la esperanza.
Haría falta ofrecerle
mi almendra con sal,
mis canicas de barro
y mi paleta de limón.

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