Mes: abril 2013

Hasta qué punto resultan ya inútiles las cartas de amor

Vienen con todo en pos de conquistarte;
se habla de dos brigadas de policías antimotines
y una reyerta de cien pájaros claustrofóbicos recién liberados;
se murmura en relación a toneladas de mercurio
vaciadas sobre el arroyo por dónde transita
la ballenera que sueles usar como transporte de emergencia.
Yo solo tengo la plena certeza de que hoy un cóndor
con las alas desplegadas se me muere entre los brazos,
exhalando los acordes tóxicos de su último vuelo.
Murmuran acerca de que una turbamulta doctrinaria
se dirige a mi casa con el propósito de ponerle sitio
para que madure en mí una creencia distinta
a la que me allegaron los grillos y las salamandras
que habitualmente oran en mis tercos pulmones.
Por todo lo anterior, no creo que haga falta
reformar el artículo de la constitución
que puntualmente hace referencia
a la inutilidad decimonónica de las cartas de amor.
Ya no es novedad que te comparta mis
desasosiegos por las cosas que pasan,
a decir verdad todo se repite desde la refundación
del mundo ocurrida apenas el martes de la semana pasada.
Un motín de fantasmas fue la gota que derramó el vaso,
y el vaso mismo volcado sobre los azulejos
que permiten una aproximación a la gramática del mar.
Cuantas cosas he extraviado
de un tiempo a la fecha: sobre la fachada
de mi abigarrada mesa de centro,
hay una docena de limones marchitos
destilando el zumo que bien podría pasar
por fragancia de invernadero; hay también ahí media cáscara de
plátano cobijando el silencio de un billete para un pasaje
a las Bahamas, en cuanto la normalidad se restablezca.
Ah cuanto me duele no haber sido tu poeta consagrado,
nívea y pulquérrima azafata, en esas noches propicias
cuando Ana Torroja cantaba “Cruz de navajas”,
con la sensualidad arremangada sobre sus piernas,
pariendo dolorosamente un hijo de la luna.

Playa

Un pájaro insepulto en mi taza de café

Si por alguna razón para ti también hoy es domingo
28 de abril de 2013, debes saber que estoy
jugando a los dados con la suerte, que me he puesto
en round de silencio la memoria,
para abrirme de par en par
como una habitación de largas esclusas
donde el amor habita sin apuros.
Podrás adivinar sin dificultad que escucho
repetidamente “Las margaritas del mantel”
mientras afuera los perros y demás miembros de mi familia
urden el barullo de la vida cotidiana.
Es urgente para sobrevivir por lo menos
hasta el próximo verano, descubrirte en
las arterias del mundo, circulando
con los trenes, los autos particulares
y el esqueleto de ese polvo impenetrable
dónde se queman las adormideras de tu ausencia.
Aunque nunca cantó en mi hombro
la avutarda de tus besos, ahora que la distancia
es el imperio de los sueños más dispares,
escucho una voz que nítida
proclama el amor ya sin el calvario de la urgencia.
Para cuando regreses, este amor del que te hablo
habrá florecido treinta veces
en el rumor que los tordos producen
al levantar el vuelo, otras tantas
en el chacoteo con que los peces
se impulsan sobre la superficie del mar
como presas o como depredadores distinguidos.
Ya, después de tanto soportar la pena de sentir tu olvido,
el amor puede representar la justa correspondencia,
o esto versos que te escribo,
al impulso de una mano que traza en el vació
un alfabeto que se abstiene de formar palabras,
dictados, juicios; porque sólo esboza para ti
la encomienda de un canto fibroso,
detergente y abrasivo,
para borrar la huella de tu paso
sobre la arena de mi corazón desperdigado.

Taza

Duelo por alegrías

Tu corazón mana en mi herida:
lo que no fue murió en seguida;
la soledad es mar de llanto,
porque te amé y te extraño tanto.

Pero la vida sale ilesa:
aquí me ves, con entereza,
pulsando soles en mi lira
con un acorde que suspira.

Prefiero así bella gitana,
porque una herida pronto sana;
para el amor lo que perdura
siempre es mejor que lo que dura.

na

El orden del alma

Se llevaron contigo hasta la risa
no dejaron siquiera la última galleta
en la lata del corazón.
Se llevaron mi toldo de bandera
el quinqué sombreado de humo dócil
la mariposa del aceite
escurriendo fuera del vaso.
Hasta la palestra del trompo se llevaron
el fandango de su hierro
el olor a novedad
de su cáñamo viejo.
La coma que no aparece en esta réplica
indolente
el acento de las palabras sin acento
el nudo corredizo
de una alborada nubosa
el ímpetu de la resaca
la lengua canina del alivio
un tragaluz en el techo de la palma
se llevaron.
Y no vuelven porque se fueron contigo
no regresan por su cuenta
a pretextar la vida con tu estilo
qué bueno fuera que así fuera.
Pero así son estos días
que cuando te fuiste
cargaron con todo.
A mí sólo me han dejado
la tos del poeta
y un cubo para baldear
el pozo que agotó la sequía.

diana 133

Lamento de la bruma

Leo, frente a la ventana, incurable de ti,
el fantasma que la mar estrella sobre el domo arenoso de la orilla.
Los pétalos marchitos de la tarde
propician el recuerdo
con obstinación enfermiza,
y la vida transcurre
aferrada a tu imagen y tu nombre.
¿Dónde estás que en esta hora
aún no me regalas el don de tu sonrisa?
¿En dónde se refugia la suerte
que me mantiene
en la dura abstinencia de no saber de ti?
Ojalá fluyera otra vez
el milagro de recorrerte con la mirada,
para decirte, con el poema de la admiración,
lo bella que eres, y pregonarlo,
y cantarlo con versos profundos y condolidos.
A la vera del camino mi guitarra se desangra
por no saber de ti; al final del sendero
soy menos de la mitad de lo que he sido,
simplemente porque te extraño,
y no evito exponerme a que la ausencia
se torne más intensa por cantar que me haces falta.

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Su anochecido velo, su voz dormida, el beso

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Supón que hubieras existido
como la palabra trunca que nunca usé para nombrarte,
supón todo, el amor, la felicidad, los sueños.
Porque en estas cosas todo se supone,
nadie puede desdecirse o excusarse,
sin el riesgo de que la disculpa pueda sonar a blasfemia.
No fue mi voz la que cantó, no fueron ruegos;
lo que tomaste por eso, fueron desdenes
no súplicas; desaires, no requerimientos.
Ahora supón que le doy fin a esta invectiva,
haz de cuenta que con ella el amor se muere,
se calla y se muere como un hecho consumado;
suponlo, porque en las cosas del corazón,
a veces es menos cruel la incertidumbre que la certeza.