Mes: May 2016

Danzón y montuno

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No es el espejo que refleja
la forma convexa de un cuerpo
al rumbear la hipnótica danza
que me tiene atrapado.
No es la belleza de un rostro
que me mira desde la luz
silenciosa, que se desperdiga
en la quieta madera del salón.
Es la dulzura, el gozo
con que evoco
la nomenclatura perfecta
de una nave,
el cristal de una esfera
y su forma precisa.
Todo lo demás es música
y música y música,
un sólo vaivén,
un sólo reposo.
Música que se afana en la piel
con el deleite más vasto,
en un tempo que reposa,
del silencio a la fusa,
sobre un tobillo de mármol.
Mis ojos regresan a esa
perfecta bóveda
que me tiene atrapado,
cuando la campana
detona el compás de montuno
y entro en desvarío.
La copa, el deleite, los sueños,
la pompa, mi mano, la danza,
la noche, un pregón de deseo.
Al fin la pasión que se sacia,
exultante, aciaga y frenética.
Y mi mano proclama su triunfo,
con este impecable danzón.

 

Himno a la vera del mar

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Te descubro reflejada en el mar
y escucho el sonar de la música perfecta.
Asida a la roca por la sintaxis
transparente del silencio,
eres el milagro de inédita moldura
que abastece la fuente de mi idea.
Súbito, mi piel se moja
con la ebria luz de un canto
y me descubro bañado
por un pulso de aromas
y azucenas.
Siempre regreso al sitio
donde mis ojos suelen mirarte,
atada a la emoción
que brota de la espuma,
izando mi vela de horizonte.
Ay la Esperanza,
la dulce Esperanza,
fiel, indómita e infinita,
como estas ganas
de celebrarme contigo,
ahí donde te refleja el mar,
para sonarme en el pecho
un orbe de música incesante.
Aquí donde el mar
nos contagia su pasión serena,
he venido en busca de Dios
y te he encontrado a ti.